Segundo aniversario del triple suicidio en Guantánamo
10 de junio de 2008
Andy Worthington
Traducido del inglés para El Mundo no Puede Esperar 31 de agosto de 2023
Hace once días escribí un breve artículo
en recuerdo de Abdul Rahman al-Amri, preso saudí en Guantánamo y huelguista de
hambre desde hacía mucho tiempo, que murió el 30 de mayo de 2007, al parecer
suicidándose. Hoy es otro aniversario sombrío y pasado por alto, ya que hace
exactamente dos años que se anunció la noticia de que habían muerto los tres
primeros presos en Guantánamo.
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A diferencia de la muerte de al-Amri, que pasó casi desapercibida en su momento,
las muertes de Ali al-Salami, Mani al-Utaybi y Yasser al-Zahrani (foto de la
izquierda) -que, como al-Amri, también llevaban mucho tiempo en huelga de
hambre y parecían haber adoptado la única forma de protesta que tenían a su
alcance (aunque las notas de suicidio que supuestamente dejaron nunca se han
hecho públicas)- desataron la indignación internacional después de que el
contralmirante Harry Harris, el comandante de Guantánamo, declarara:
"Creo que no se trata de un acto de desesperación, sino de un acto de
guerra asimétrica cometido contra nosotros", y Colleen Graffy,
subsecretaria adjunta de Estado para Diplomacia Pública, describiera los
suicidios como una "buena maniobra de relaciones públicas para llamar la
atención"."
La administración no tardó en asumir un papel más apaciguador, ya que Cully Stimson, subsecretario
adjunto de Defensa para Asuntos de Detenidos, se adelantó a decir:
"Yo no lo caracterizaría como un buen movimiento de relaciones públicas.
Lo que diría es que siempre nos preocupa que alguien se quite la vida, porque
como estadounidenses valoramos la vida, incluso la de los terroristas violentos
que son capturados librando una guerra contra nuestro país." Sin embargo,
como explico en mi libro The Guantánamo Files: The Stories of the 774 Detainees in
America’s Illegal Prison, la
administración no tardó en reanudar la ofensiva, emitiendo afirmaciones sobre
los hombres -como con al-Amri un año después- que no sólo eran
extraordinariamente insensibles, sino también innegablemente polémicas, dado
que los tres hombres habían muerto, como al-Amri, sin haber tenido la
oportunidad de probar las acusaciones contra ellos ante un tribunal:
En un intento de reprimir más disensiones y de reforzar su opinión de que los tres hombres eran terroristas empedernidos,
el Pentágono hizo públicos los detalles de las acusaciones contra ellos, que
sólo sirvieron para poner de relieve casi todo lo que estaba mal en el sistema
de Guantánamo ... [A]l-Zahrani fue acusado de ser un combatiente talibán que
"facilitaba la compra de armas", pero era evidente que sólo tenía 17
años en el momento de su captura [en Afganistán], y que esta hipótesis era muy
improbable. En el caso de al-Utaybi, la única "prueba" de que era un
"combatiente enemigo" era su participación en Jamaat-al-Tablighi, la
vasta [y apolítica] organización misionera mundial cuya supuesta conexión con
el terrorismo fue debidamente exagerada por el Pentágono, que tuvo el descaro
de describirla como "una organización de reclutamiento de segundo nivel de
al-Qaeda". Desalmada hasta el final, la administración también admitió que
en realidad se había aprobado su "traslado a la custodia de otro
país" en noviembre de 2005, aunque el comandante de la Marina Robert
Durand dijo que "no sabía si al-Utaybi había sido informado de la
recomendación de traslado antes de suicidarse." En el caso de al-Salami,
el Pentágono alegó que era "un operativo de Al Qaeda de nivel medio-alto
que tenía vínculos clave con los principales facilitadores y miembros de alto
rango del grupo."
Aunque ninguno de los hombres había participado en ningún tribunal, las acusaciones más detalladas contra
al-Salami aparecieron en las "pruebas" para su CSRT [Tribunal de
Revisión del Estatuto de Combatiente, las revisiones militares convocadas
para refrendar la designación previa de los prisioneros como "combatientes
enemigos" sin derechos], aunque un examen minucioso de las acusaciones
revela que en su mayoría fueron formuladas por "miembros" no
identificados de al-Qaeda, ya fuera en Guantánamo o en otras prisiones
secretas: "un facilitador de alto rango de al-Qaeda" lo identificó,
otra figura de alto rango de al-Qaeda -un "teniente"- lo identificó
como "asociado con Khalid Sheikh Mohammed", el "entrenador de
armas de al-Qaeda de Tora Bora" lo identificó de su época en Kabul y en
Khaldan [un campo de entrenamiento militar en Afganistán], y también fue
identificado como "un mensajero de al-Qaeda", y como alguien que
"trabajaba directamente para la familia de Osama bin Laden".
Aparte de estas acusaciones -que evocan imágenes de varios prisioneros "significativos" a los que
se les mostraba el "álbum familiar" [de fotos de fichas policiales de
prisioneros, que se mostraba a todos los prisioneros en los interrogatorios] en
circunstancias dolorosas-, la única otra acusación era que la casa de huéspedes
de "Issa" [en Faisalabad, donde fue capturado con otros 17
prisioneros, que siguen todos en Guantánamo, aunque la mayoría han hecho
afirmaciones viables de que eran estudiantes, capturados por error], recibió el
equivalente del correo basura yihadista: Al parecer, los residentes de la casa
"recibían habitualmente cartas de apoyo de un conocido operativo de Al
Qaeda" para asistir al campamento de Jaldán.
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Aunque las muertes de Ali al-Salami (foto, izquierda), Mani al-Utaybi y Yasser
al-Zahrani -y de al-Amri un año después- animaron al gobierno saudita a ejercer
una mayor presión sobre la administración estadounidense en un intento de
conseguir la devolución de los restantes presos saudíes que finalmente tuvo
éxito -entre junio de 2006 (dos semanas después de las muertes) y diciembre de
2007 se repatriaron 93, y ahora sólo quedan 13-, las repercusiones para la
mayoría de los presos fueron realmente terribles. Después de que estallaran
motines en el campo IV -la única parte de la prisión que se parecía en algo a
las condiciones estipuladas por las Convenciones de Ginebra, donde los presos
compartían dormitorios y se les permitía un cierto grado de interacción
social-, los militares archivaron los planes de abrir zonas comunes en un nuevo
bloque, El ejército archivó los planes de abrir zonas comunes en un nuevo
bloque, el campo VI, inaugurado en diciembre de 2006, y en su lugar mantuvo a
los presos reubicados en el campo -incluidos algunos del campo IV, e incluso la
mayoría de los presos que, como Mani al-Utaybi, habían sido autorizados a salir
en libertad tras revisiones militares- en estricto régimen de aislamiento
durante 22 o 23 horas al día. Esta situación intolerable sigue existiendo hoy
en día, como concluye Human Rights Watch esta semana en un informe detallado, Locked Up Alone:
Detention Conditions and Mental Health at Guantánamo (Encerrados solos:
Condiciones de detención y salud mental en Guantánamo), en el que se describen
los problemas de salud mental, a veces crónicos, de varios presos. Dos años
después de las muertes de Ali al-Salami, Mani al-Utaybi y Yasser al-Zahrani, y
de la respuesta sin principios de la administración estadounidense, las
condiciones en las que se encuentran la mayoría de los 273 presos que siguen
recluidos en Guantánamo son una auténtica vergüenza. Como mínimo, la
administración debe trasladar inmediatamente al campo IV a los cerca de 70
presos cuya puesta en libertad ha sido autorizada, y también debe reflexionar
sobre si puede encontrar una explicación válida para mantener al resto de los
presos en condiciones de aislamiento tan crueles y bárbaras que están perdiendo
literalmente la razón.
Una foto del Campo VI, mostrando las zonas comunes que nunca se han utilizado.
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La gran ironía es que quienes son propuestos para ser juzgados por una comisión militar en Guantánamo
-como se vio en la comparecencia
de la semana pasada de Khalid Sheikh Mohammed, arquitecto confeso del 11-S, y de otras
cuatro personas acusadas de planear y facilitar los atentados del 11-S- tienen
al menos la oportunidad de hablar en público, mientras que quienes han sido
absueltos de delitos -pero no pueden ser repatriados debido a tratados
internacionales que impiden la repatriación de extranjeros a países donde
corren el riesgo de
ser torturados- y quienes, extrañamente, la administración considera
demasiado peligrosos para ser puestos en libertad, pero no lo suficientemente
peligrosos para ser acusados, permanecen completamente aislados del mundo
exterior, perdiendo lentamente la cordura, mientras que Khalid Sheikh Mohammed
y los otros pocos prisioneros que se enfrentan a un juicio ante una Comisión
Militar y que admiten abiertamente su lealtad a Al Qaeda, son recompensados con
la oportunidad de desafiar la legitimidad de su detención, reconfigurando
alegremente el sistema de juicios como un circo y celebrando desafiantemente su
deseo de martirio, a la vista de todos los medios de comunicación del mundo. Me
pregunto cuánto tiempo pasará antes de que otro de estos presos ocultos y
olvidados -uno de los muchos hombres inocentes o una de las supuestas
"amenazas menores"- se quite la vida, uniéndose a Ali al-Salami, Mani
al-Utaybi, Yasser al-Zahrani y Abdul Rahman al-Amri en una acción que, aunque
proscrita en el Islam, se percibe como la única salida a un encarcelamiento
indefinido sin cargos, sin juicio y sin esperanza.
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